Reflexión sobre conversación entre Godines.

Personaje de 1.55m de talón a mollera, importantemente miope, tez color formaica imitación caoba, complexión poco intimidante, traje notablemente holgado color gris otrora negro, camisa amarilla que tiempo ha fuese blanca, corbata de clip, beliz de lona negra sepa con qué cosas adentro, zapatos con alto kilometraje recorrido; eso por fuera. Cuando habla y se le nota lo de "adentro" se oye un tipo de pequeña estatura y más cortas aspiraciones, de esas que más que ambiciones suenan como delirios, escupe resentimientos contra casi cualquier cosa para la que el humano ha inventado un nombre valiéndose de todas las palabras que ninguna abuelita aprobaría en la mesa. Él, por supuesto, es juez severo de cuanta cosa pasa en el día y a ninguna le favorece con positiva sentencia. Si tan sólo su jefe lo obedeciera, si tan sólo su mujer lo venerara, sus cuates lo admiraran, si tan sólo se dieran cuenta del ser de luz que tienen por subalterno, esposo, amigote.

 

La saeta roja, que es el metrobús, que avanza haya tráfico en insurgentes o no a velocidades dignas de ser envidiadas ácidamente por los demás vehículos que no tienen su propio carril, carga con suculenta variedad de fauna, nuestro descrito personaje entre miles otros que milagrosamente cabemos adentro de esos vagoncitos, cada uno sin duda digno de su propia descripción. Se cuelan en las orejas de los pasajeros infinidad de palabras, quejas de esto, burlas de aquello, sorpresas de lo otro, toses, estornudos, moqueos varios, que es invierno. Escuchar una sola conversación es difícil. Pero es que nuestro bicho bajo la lupa realmente llama la atención, volvamos a él. 
Tiene un interlocutor, que a primera oídas pareciera que lo aprecia, pero con un poco de atención, es claro que sólo lo sobrelleva. Le sirve de sparring de frases soltando monosílabos con destreza, a veces afirmativos, otras negativos, lo que sea justamente oportuno para que no se detenga la ráfaga de aguijonazos verbales que suelta nuestro singular personaje.
Si bien, hay humanos que se preguntan ¿para qué vine a este mundo? ¿cuál es el sentido de la vida?,  hay humanos de los que otros se preguntan ¿para qué vino a este mundo? ¿cuál es el sentido de su vida? Pero justo cuando surgen ciertas preguntas, él pone el comentario que cierra con moño el paquete: "Yo no quiero tener hijos, si acaso para que mi linaje siga".
Ahí la clara respuesta. No claudiques, amigo. Reprodúcete. El mundo necesita tu estirpe. De un osito de peluche, es adorable eso, el peluche, su carita, lo abrazable que es, nadie dedica especial atención a la borra que lo conforma. Si acaso se asomara por alguna triste rasgadura del pelillo una hebra de borra, se retira con cierto desprecio, no sirve para nada una hebrita sola, no tiene nada qué hacer en la tierna superficie, lo que es más, la afea. Visto de otra forma, al escuchar el concepto "cien elementos" piensa uno en el elemento número 1, y en el 100, los otros 98, en medida que se acercan al 50 desde ambos extremos, son cada vez más anónimos, pero sin ellos el 1 no importa y el 100 no existe. Del baúl enterrado por los piratas, lo valioso no es el cofre por sí mismo, sino cada monedita de oro, que sólo por ser muchas, hacen de éste un hallazgo codiciable. La tía Rosa, es rica no por hacer tortillinas, sino por cada uno de los elementos que componen la interminable fila de panzas que esperan unas sincronizadas para llenarse. 
Hay especímenes que, aún estando solos, en ellos se encuentra la pluralidad.
Hemos de protegerlos en medida de lo posible, de los libros, mapas, pentagramas y las matemáticas. Es el deber de la sociedad incentivar su odio por las biografías de los exitosos, promover su reprobatoria de las conductas de sus jefes y sus absurdos plazos y exigencias. Que si un desventurado día, estas indicaciones se practicaran al contrario, y toda la borra se hiciera peluche, ¿De qué rellenaríamos nuestros ositos?
dibujo a mano de Godínez comiendo
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